El cambio climático es una realidad, de eso no hay duda. Por razones geográficas, lugares como la Península Ibérica tienen escenarios de un alto aumento de temperaturas, haciéndose más frecuentes los días cálidos y, por tanto, el calor extremo. Mientras que las precipitaciones están disminuyendo.
Por eso tenemos dos tareas pendientes y urgentes: tomar medidas para frenar el calentamiento global y adaptarnos a las consecuencias que ya se están dando -pensemos en los aumentos de temperaturas de los últimos años- y que se van a dar.
Por más que lo frenemos -que es urgente e importante- el cambio climático es como un tren en marcha que va a 200km/h: pisar el freno a fondo supone que, antes de parar, se recorran aún algunos metros por la inercia debida a su velocidad.
Pero… ¡podemos actuar!
Trabajar desde los barrios las medidas de adaptación al cambio climático tiene un primer resultado positivo y muy directo e inmediato: podemos reducir en algún grado el calor que se sufre en los meses de calor, que cada vez son más. Pero tiene otros resultados muy positivos también y nada desdeñables: hablar de adaptación es también hablar de mitigación -de frenar el cambio climático, para que nos entendamos-, de modo que se reduzcan las consecuencias y su gravedad. Pero es también construir comunidad y vecindad, es una consecuencias inevitable de un proceso participativo donde las decisiones, ideas, etc. surjan del trabajo colectivo realizado desde las vecinas y vecinos.